Un año más celebramos el festival de Nawruz, la llegada de la primavera con el año nuevo natural, durante el sagrado mes del Ramadán, el mes del ayuno, y el mes en el que celebramos Laylatul Qadr, la noche de la primera revelación que recibió el Profeta Muhammad.

 

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¿En qué se parecen las dos celebraciones, la de Nawruz y la de Ramadán? Por extraño que pueda parecer, se asemejan mucho. No en las formas exteriores, sino en un significado y en su aspecto espiritual.

Tanto el Nawruz como el Ramadán son celebraciones de algo externo - la llegada de la primavera y la práctica del ayuno. Pero al mismo tiempo el verdadero espíritu de los dos es interior: la primavera, que es la renovación de la naturaleza y la vuelta de la vida, por así decir, simboliza el crecimiento espiritual dentro de cada uno de nosotros y actúa como un recuerdo de que aunque nuestra vida espiritual esté a veces “dormida” (como lo parece la naturaleza durante el invierno), siempre tenemos la posibilidad de revivirla.

Asimismo, el Ramadán también es un símbolo del esfuerzo intelectual y espiritual dentro de nosotros, es un recordatorio de la vida espiritual y de la necesidad de abstenerse (al fin y al cabo, “ayuno” significa abstenerse) de cosas negativas ya sea por acto, por palabra, por pensamiento o por sentimiento. Está claro que este ayuno interno no se limita a un mes en particular, sino que se extiende a toda nuestra existencia. 

En nuestra tariqa ismailí se nos ofrece la posibilidad de observar la práctica de estas celebraciones tanto en su aspecto material como en su aspecto espiritual, sin convertirse ellos en ritos vacíos que hay seguir por obligación con una fe ciega, sino como hermosas oportunidades que se nos brindan para explorar nuestro crecimiento tanto mental como espiritual.